Cuando llegué al portal donde habíamos quedado estaban todas las luces de la calle apagadas como si fuera de madrugada y todos durmieran. Había corrido como desesperada para llegar a tiempo y ahora, por un momento, no sabía si llegaba demasiado pronto o tarde ya. Antes tomé dos autobuses, tráfico infernal de cualquier hora, terminé el tercer capítulo del libro en el primer autobús, compré unos chicles entre uno y otro, y en el segundo, con la vista aturdida y cansada ya de todo el día, me dediqué a observar a mis anónimos compañeros de viaje con miradas nerviosas de uno a otro lado.
Cuando llegué al portal estaba todo tan oscuro que se me impregnó el cuerpo de un pánico que iba creciendo dentro de mi cabeza medio aburrida.
Pasó un gato por la acera de enfrente (por lo menos me pareció oir su maullido), y pasó otro, y otro más, y piel de gato es precisamente lo que sentí transformarse en todo mi cuerpo porque se me empezaron a erizar todos los pelos de la piel, como una ola simbólica en un estadio de futbol e imaginé varios comienzos de terribles historias de gatos y perros que degeneraban en animales mas pequeños, pájaros al final, murciélagos y toda suerte de seres que solo pueden tener cabida en los sueños mas horribles.
El caso es que, después de un tiempo difícil de calcular (creo que corto), los gatos desaparecieron como por arte de magia, por lo menos ya no oía el maullido, y solo veia ahora ojitos amarillos que se iluminaban al paso de algún coche y que me hicieron rematar mi paranoia con la idea de que todos esos gatos se convertían ahora en pequeños vampiros.
Justo llegaste en ese momento esfumando toda la oscuridad como una pompa de jabón.